El racismo no nace: Historias afrodescendientes
Conozca a Quince Duncan y su historia de como enfrentó al racismo por primera vez.
Nací en San José, Costa Rica, podemos decir por accidente, ya que lo ideal habría sido haber nacido en mi provincia caribeña de Limón, pero creo que empecé a darle problemas al mundo antes de nacer, por lo cual, contra la costumbre de entonces, mi madre tuvo que viajar a la capital para que la atendieran en el Hospital San Juan de Dios. Pero fue naciendo y regresando. Me criaron hasta los 15 años en el pueblito de Estrada, del Cantón de Matina.
La aplastante mayoría de los habitantes de la Provincia de Limón, entonces, éramos personas afrocaribeñas, migrantes o descendientes de migrantes, que llegaron al país a partir del último tercio del Siglo XIX para construir y operar el ferrocarril y los muelles, y luego cultivar banano y cacao. De modo que en mis primeros años estuve poco expuesto al racismo.
La primera vez que tengo consciencia de haber enfrentado una situación de ese tipo, fue cuando una de mis maestras, enviada desde el Valle Central del país para la escuela en Español, nos dijo que “los negros son esclavos polizontes que vinieron colados en los barcos bananeros y se escaparon en Limón”. Y nos explicó que había una gran diferencia entre “los negros y los indios”. Estos murieron luchando por su libertad hasta el último hombre, nos aseguró. Los negros sobrevivieron porque cuando vieron venir a los blancos se hincaron y les dijeron “yes buaná, yes buaná” y se convirtieron en sus esclavos. Desde luego que aquel niño en su primera adolescencia, llegó totalmente destrozado a su casa esa tarde.
Afortunadamente tenía al abuelo Jimpah, una de las personas más sabias que he conocido en mi vida. De inmediato vio que yo estaba con el ánimo caído de modo que, con insistencia, logró que le contara lo que había pasado. Entonces me dio la primera gran lección con una admirable estrategia. “En cuanto a ser esclavos y polizontes, nosotros tuvimos que venir a construirles su ferrocarril porque ellos no pudieron hacerlo. Llegamos como trabajadores libres y les construimos y operamos el muelle. Les enseñamos a cultivar el banano. Así que siéntase orgulloso de lo que hemos hecho por este país. Y en cuanto a lo de “buaná”. Si hay alguien apuntándole con una pistola, póngase de rodillas, mijo, y dígale “yes buaná”. Pero no se olvide él es un ser humano y los seres humanos en algún momento se quedan dormidos. Procura mantenerse despierto. Y entonces cuando él se duerme agarre la pistola y a ver quién es buaná en ese momento”. Pero Jimpah no se quedó en el contraataque. Al contarle que mi mejor amiguito -el único blanco-mestizo de la clase- se había burlado de mi, Jimpah añadió algo que para mi fue muy importante: “Nosotros descendemos de una familia principal Ashanti” -dijo- ¿Cuál será el linaje de ese amiguito suyo?
“EL RACISMO NO ES NATURAL, ES UNA IDEOLOGÍA INVENTADA PARA LA DOMINACIÓN DE UNOS SOBRE OTROS”
Por supuesto, no pregunté qué era eso de un linaje principal. Pero llegué a la escuela con la frente en alto. Lejos de ser esclavos polizontes, éramos trabajadores libres que habíamos ayudado a construir la riqueza del país. Y por supuesto, le pregunté a mi amiguito cual era el linaje suyo y desde luego que, para mi deleite, no supo responder.
Otro ejemplo interesante que ilustra de nuevo un encuentro con el racismo, lo tuve en Canadá. Andaba en una campaña en las iglesias canadienses, siendo miembro del Comité para combatir el racismo del Consejo Mundial de Iglesias. En uno de los pueblos de Nova Scotia, me tocó hospedarme en la casa de una señora, feligrés de una de las iglesias afiliadas. Ella se ofreció a hospedar a algún miembro de la delegación. Pero no se percató en ese momento que, siendo la delegación internacional, podría estar integrada por personas que no fuesen de “raza” blanca, como ella y su familia. Cuando tomó consciencia de ello, decidió que era necesario educar a sus hijos, por si acaso, para evitar cualquier manifestación de pánico o descortesía. De modo que compró un póster de Martin Luther King y lo puso en la sala y todos los días les daba una pequeña charla a los niños sobre cómo la gente negra también era hija de Dios. Y cuando me vio llegar le dio gracias por haberla iluminado.
Dos niños, eran. El mayor, posiblemente pensando que ya había llegado a su casa el señor Martin Luther King, me dio la mano, saludando con toda naturalidad y luego se fue a jugar. El menor, se me quedó viendo de lejos y por más que insistió la acongojada madre, no quiso acercarse. Pasó un buen tiempo mirándome. Me vio comer, Me escuchó hablar. Me vio reírse. Y finalmente, se animó a acercarse mientras yo fingía no verlo y me rozó la piel, corroborando que no estaba pintado. Y luego, con la candidez de un niño de unos 3 años preguntó, “Sir, why are you chocolate?”. Me tocó entonces acercarlo, y abrazándole le expliqué (tomen en cuenta que soy cuentista)… le inventé una historia para explicarle por qué yo no era de chocolate. Satisfecho al fin, se fue a jugar.
Estas dos anécdotas, ilustran de manera contundente el aserto de que el racismo no nace, sino que el racismo se hace. El racismo no es natural, es una ideología inventada para justificar la dominación de unos sobre otros. Mi pequeño amigo blanco-mestizo y yo, no se nos había ocurrido para nada pensar en diferencias como esas de ser yo “hijo de un negro esclavo polizonte, vagabundo, etc.”. Jugábamos y estudiábamos, sin pensar en diferencias derivadas de la piel, hasta que la maestra, una persona adulta, introdujo en la clase sus prejuicios racistas.
En el caso del niño canadiense, es obvio que él no tenía la menor idea sobre razas, o diferencias de razas, ni sobre superioridad o inferioridad de unos y otros. El vio venir a una persona de curioso aspecto, “pintada de chocolate”. Es decir, vio a una persona de un color que él no había visto nunca. No salió corriendo, no entró en pánico, ni siquiera relacionó al ser humano que vio venir con la foto de Martin Luther King en la pared. Me miró. Me escuchó hablar y reírse. Me vio comer. Corroboró que era un ser humano, que no estaba pintado y entonces preguntó, ¿señor, por que es usted de chocolate?
El racismo no es natural. No se produce por una cuestión de otredad. Es una creación ideológica de mala fe, basada en el mito de que hay una raza superior y otras inferiores. Y para combatirla hay dos instrumentos: desmitificarlo y reemplazarlo por un mito etnocéntrico positivo, como lo hizo mi abuelo, o dando la posibilidad de que unos y otros se descubran humanos, como lo hizo el pequeño niño blanco del Canadá.
Texto: Quince Duncan
Fotografías: Danilo Mora
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