Soy negra y emprendedora: Historias afrodescendientes
Conozca a Lidia Palmer y su historia sobre ser emprendedora afrodescendiente en Costa Rica.
Nací en una Costa Rica en la que los negros llevaban poco más de 10 años de poder movilizarse libremente por el país, sin estar segregados a Limón. Hubo un tiempo en mi vida en el que ni siquiera sabía si iba a poder sobrevivir, mucho menos poder viajar y ahora, al menos una vez al año me aventuro fuera de las fronteras. El COVID-19 me frenó un tiempo, pero espero con ansias la próxima pista de aterrizaje.
Soy una mujer negra, emprendedora, valiente, madre de cinco hijos y abuela de 16 nietos.
Creo firmemente que las luchas heredadas y propias, han forjado en mí una coraza que me ha obligado a confiar en mi instinto y actuar de forma defensiva ante la vida. Esa determinación ante la adversidad, que he trabajado durante años, se la pude transmitir a mis hijos y nietos, los cuales hoy tienen sus propios negocios y participan también en la administración de Lidia’s Place.
Sin amor no hay sabor
En 1996 inicié el proyecto de mi vida, en un espacio que era el tercio de lo que es hoy y sin nombre, pero sin deberle un colón a los bancos, todo lo que tenía era mío y fruto de mi esfuerzo. El nombre que es hoy insigne en Puerto Viejo, surgió de una extranjera que me sugirió que lo llamara por mi propio nombre y así se quedó. Mi nombre pasó de estar escrito en una cartulina a tener un rótulo hermoso y llamativo.
Mi historia como emprendedora comienza donde Stanford, el restaurante más prestigioso de Puerto Viejo y en el que trabajé por más de cinco años. Stanford’s fue mi escuela culinaria desde el día uno, cuando tuve que cocinar una olla enorme de rice & beans por primera vez y el jefe sorprendido por el resultado, confío plenamente en que yo me podría enfrentar a lo que sea. Créanme que pasar de cocinar media bolsa de arroz a siete y que quede rico, requiere mucha habilidad.
Luego, cuando quedé embarazada de mi hijo menor, estaba empezando a trabajar con doña Margarita en Soda Coral y ella sin dudarlo me dijo: “vamos a tener un bebé”. Ella me demostró el poder del amor sin condiciones. Ella falleció y todo cambió con la nueva encargada del restaurante. Luego de 4 años, la idea de tener algo propio empezó a sonar más fuerte en mi cabeza, así que renuncié y me arriesgué a todo por un “ranchito”.
Mi curiosidad por diferenciar mi cuchara de las otras, se hizo presente desde mis primeras experiencias como cocinera profesional. Es una cualidad que mantengo hasta el día de hoy y que heredé a mis hijos.
Las personas siguen eligiendo mi restaurante porque los platillos tienen un sabor que es difícil de replicar, es una mezcla entre ingredientes naturales y una preparación que siempre separé de las recetas comerciales. Se puede llegar a un mismo resultado: un pollo en salsa caribeña, pero el proceso y la sazón son completamente distintos.
Parte de la experiencia ha sido lidiar con clientes que asumen que el dueño debería ser un hombre blanco y no una mujer negra, pero créanme que no tengo problema en corregirlos y contarles mi historia. Las personas que visitan Lidia’s Place valoran el hecho de que sí estoy disponible, me presento mesa por mesa y les agradezco su visita al final. Para mí ese contacto directo es innegociable y una milla extra que aporta al vínculo con el otro, que eligió probar tus recetas.
“Esta determinación ante la adversidad se la pude transmitir a mis hijos y nietos”
Desde que empecé le hice cambios pequeños todos los años, pero la remodelación actual la hicimos hace dos años. La empezamos en mayo -el mes que siempre tomamos de vacaciones- y la terminamos en julio. Todo se reconstruyó, el piso y las paredes. Este nuevo comienzo incluyó transformar la casa en la crié a mis hijos, en el bar y parte del restaurante. Ahora los que nos visitan, pueden disfrutar de una agua de sapo en el lugar exacto donde tuve la idea que me convirtió en la dueña de mi propia vida.
Raíces entrelazadas
Mis padres David Palmer Francis y Daisy Lewis Fisher, me inculcaron desde niña el amor al trabajo, ya sea, caminando pausadamente con un machete al hombro hasta Cocles para hacer carbón todo el día o comprando cocos por la zona costera, secarlos al sol, sacarlos de la concha y finalmente, colocarlos en los sacos para su distribución. Mi madre fue Miss Daisy, la que para muchos de esa generación, fue la mujer más emprendedora de Puerto Viejo.
Mi niñez estuvo cargada de tintes amargos y plenos, ya que mientras jugaba con mis amigos a los jackses en la calle o pateaba la bola hasta que cayera en los sanjos, mi familia se separó, me crié con mi madrastra y en temporadas con mi padre, por momentos incluso no tuve un hogar que me aceptara y que fuera realmente propio.
Cuando tenía 14 años y medio, empecé a convivir con mi ex esposo, con el que tuve 5 hijos varones, e intenté hasta el final, tener una hija. Recordar esos años, significa comprender que uno a veces está en un sartén y cree que está mal, entonces sale de ese sartén pero cae en el fuego y en la brasa, y es ahí donde se conocen nuevos niveles de sufrimiento.
Han pasado muchos años de mi separación y hoy puedo afirmar que se puede perdonar, más no olvidar, esa es la clave de los momentos más desafiantes de nuestra vida. Esos recuerdos me hacen consciente de mis fortalezas y de todas las dificultades que tuve que pasar, para poder contar hoy una historia de verdadera sobreviviente.
Al hablar de orgullo, no solo dimensiono mis logros sino también los de mis hijos y nietos. Es a través de ellos que mi legado calará más hondo y que siguiendo los principios que les pedí que respetaran siempre: no tomar lo ajeno, ayudar a los adultos mayores, ser esforzados y realizar los quehaceres del hogar; es que han logrado convertirse en la mejor versión de sí mismos.
La pandemia me permitió encontrar mi esencia fuera del restaurante, delegar mi trabajo en otros tan buenos como yo y soñar en una futura jubilación, que me permita especializarme en otras ramas de la gastronomía, como la repostería y pastelería. Desde hace muchos años supe ponerme como prioridad a mí misma, invertir en mi felicidad y dejarme chinear por mi familia, pero este contexto me confirmó la importancia de aceptar ese amor protector e incondicional de las personas que me rodean.
El mejor consejo que le puedo dar a las nuevas generaciones es que para poder lograr nuestros objetivos, muchas veces debemos de soltar y liberarnos de la energía tensionada por desear tanto algo, ya que solo así el universo y Dios nos concederá lo que anhelamos.
Texto: Lidia Palmer
Fotografías: UNOPS
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